El gran éxito de Braveheart alentó la rauda producción de este «clon» que guarda numerosas similitudes con la cinta de Mel Gibson, empezando por la naturaleza verídica de su protagonista (vamos, que vivió realmente) y su nacionalidad. Robert Roy MacGregor era un ganadero escocés que a principios del siglo XVIII se hizo famoso tras enfrentarse a un señor feudal a quien acusó de haberle estafado en un negocio, motivo por el cual fue desahuciado y más tarde encarcelado. Su historia sería llevada a la literatura por escritores de la talla de Daniel DeFoe o Walter Scott, que con ello contribuyeron a forjar una leyenda del folklore escocés reflejada más tarde incluso en la música, además de en el cine.
En cuanto a la película, si por algo destaca es por su reparto. La productora echó el resto y consiguió reunir una pequeña constelación de estrellas encabezada por Liam Neeson, al que arropan nombres como los de Jessica Lange, Tim Roth o el recientemente fallecido John Hurt. El problema es que cedieron los trastos de dirigir a Michael Caton-Jones, un realizador mediocre que no supo sacarle todo el potencial a lo que tenía entre manos, resultando con ello una cinta algo decepcionante aunque por fortuna lo bastante digna como para proporcionar dos aceptables horas de entretenimiento. Eso no bastaría para salvar a Rob Roy de un fracaso relativo, tras un rodaje difícil marcado por los imponderables del caprichoso clima escocés y las dudas del reparto sobre su propio trabajo empezando por Tim Roth. En su creencia de estar haciendo una labor nefasta dando vida al malo de la función, estaba convencido de que le despedirían. Nada más lejos de la realidad: el director no sólo no le despidió, sino que le animó a seguir por el mismo camino. Al final hasta le nominaron a un Oscar.