Una de esas películas que Clint Eastwood acostumbraba a facturar con la idea de sacar cuartos con los que luego financiarse proyectos más arriesgados. Estamos pues ante un filme marcadamente comercial que en principio iban a protagonizar Steve McQueenBarbara Streisand, pero se llevaban tan mal que Eastwood optó finalmente por coger el toro por los cuernos protagonizándola él mismo en compañía de su pareja, Sondra Locke, quien aprovechó para lucir palmito (y algo más) con una cinta hoy considerada «menor» y lastrada por un rodaje que acabó saliéndose del presupuesto.

El gasto en balas, supongo, porque aquí hay balas a porrillo sobre todo durante la escena final, que da título a la película tanto en inglés (The Gauntlet) como en castellano (aunque la traducción sea algo sui generis) y resulta ciertamente absurda al punto de casi cargarse la peli entera. Del resto, sin ser la quinta maravilla por simplona y arquetípica, tampoco se puede decir que esté mal del todo: «una de acción» bastante apañada para una tarde, en la que Eastwood, marcado entonces por el éxito de Harry el Sucio, da vida de nuevo a un antihéroe enrolado en las fuerzas del orden al estilo de Harry Callahan, pero esta vez en cutre: un policía de poca monta al que le encargan la custodia de «un testigo sin importancia para un juicio sin importancia» que resulta ser mucho más de lo que parece.

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