Uno de esos «clásicos del cine contemporáneo» que lo son no ya por el rotundo éxito obtenido en su momento (que abrió las puertas a un rosario de imitaciones), sino porque todo el mundo suele dedicarles un rato cada vez que se emiten por TV. Pocos podían imaginar que que David Fincher se recuperaría tras debutar como director con aquel fallido intento de reiniciar Alien que fue Alien 3, con Sigourney Weaver afeitándose la pelota como mayor novedad. Un via crucis del que Fincher acabó renegando, peleado con todo el mundo y con la palabra «fracasado» grabada en la mejilla como un bofetón, pese a que el filme tuvo un desempeño en taquilla más o menos aceptable.
Pero Fincher se levantó, y de qué manera, con un largometraje que sorprendió al gran público aunque no fuese otra cosa que una peli de colegas disfrazada de film noir, que incluía buena parte de los topicazos habituales de ambos géneros empezando por la confrontación «veterano vs novato». Cosas de un guión previsible y por momentos realmente flojo, en especial durante la culminación del tercer acto: el diálogo pseudofilosófico que los policías y el asesino sostienen en el coche es tan inverosímil que termina dando vergüenza. Justo después llega al remate Brad Pitt , actor más carismático que otra cosa, ofreciendo una interpretación digna de encarcelamiento perpetuo en la secuencia final (¡esos pucheros!), resuelta además de forma calamitosa.
En definitiva, lo que salva a Seven es… el trabajo de David Fincher. Él no puede convertir a Brad Pitt en un actor competente (en realidad nadie puede porque el muchacho da para lo que da), pero al menos se desquita sacando partido a su experiencia previa como (buen) director de videoclips, imprimiendo al conjunto una estética visualmente impactante que en buena medida es responsable de que la película se medio-aguante.