Tras el esfuerzo invertido en la realización de las tres primeras películas de Star Trek y pese al éxito bastante aceptable de las dos últimas, a la hora de encarar una nueva secuela la Paramount iba corta de pasta. Si mal no recuerdo ahora, fue Leonard Nimoy quien propuso la enésima versión de Tarzán en Nueva York pero para trekkies. El resultado es un filme que traslada la acción a la época actual y prescinde de todo lo prescindible al objeto de ahorrar hasta el último centavo de su escueto presupuesto, pero hace gala de un desparpajo tal que acaba por resultar simpático y hasta divertido.
Tal vez por eso se convirtió en el episodio más exitoso de la saga, siendo el primero en rebasar los cien millones de dólares recaudados durante su periodo de exhibición. No sorprende que en este libro William Shatner se muestre orgulloso de la película y de quienes participaron en ella; especialmente de unos técnicos que hicieron gala de un ingenio notable para resolver más de una situación difícil. Como por ejemplo cuando llegó el turno de filmar a dos ballenas en un tanque de agua supuestamente instalado en la nave klingon que la tripulación del Enterprise ha usado para viajar en el tiempo, para lo cual se hablaba de utilizar complejas técnicas que resultaban demasiado costosas. Un miembro del equipo de efectos especiales de Industrial Light & Magic dio finalmente con la solución: meter dos ballenas de goma en el tanque, logrando un resultado perfecto.