La mejor película de Roland Emmerich, o al menos la más razonablemente soportable dentro de una filmografía cuajada de insultos a la inteligencia como Independence Day o El patriota.

Dotada con un presupuesto de clase media para su época, no demasiado holgado para lo que ya empezaba a ser norma entonces (y menos para esta clase de película), pocos habrían imaginado que daría lugar a una larguísima franquicia televisiva y a un merchandising que incluye desde figuras de acción hasta novelas, todo sustentado por una numerosa comunidad de seguidores. La práctica totalidad del elenco protagonista tenía el convencimiento de que el guión era basura y aceptó entrar en el ajo sólo por el dinero que le pagaban. Incluso el modelo Jay Davison, tanteado para interpretar al dios Ra, exigió cobrar un millón de dólares limpios confiando que así le mandarían a la mierda sin tener que tomarse la molestia de rechazar el papel por sí mismo. Para su sorpresa, los productores aceptaron. Los pases previos al estreno fueron un desastre que obligaron al productor Mario Kassar a hacer remiendos sobre la marcha, mientras un profesor y egiptólogo demandaba una cifra multimillonaria a los creadores de la película por supuesto plagio de un manuscrito suyo. Un acuerdo extrajudicial por 50.000 dólares bastó para cerrarle la boca.

Esto último, no obstante, sucedió con mucha posterioridad al estreno y refleja el éxito obtenido por esta cinta sin demasiadas pretensiones iniciales (el propio Mario Kassar reconoció que no esperaba tamaño impacto), que después de todo permite pasar un rato de asueto pese a su estupidez intrínseca (no olviden quién es el director, también guionista) sin verse muy apabullado por la exaltación nacional-militarista proyanki de Emmerich, que en el colmo de su absurdo nunca ha renunciado a la nacionalidad alemana y siempre ha sido abiertamente gay. Estando muy presente, como no cabía esperar otra cosa, al menos esta vez no alcanza el nivel vergonzoso de otras paridas suyas. O al menos no llega a ser TAN vergonzoso, que ya es decir porque no faltan escenas que… Tela, eh. Mención para la banda sonora de David Arnold, cuyos acordes principales se harían célebres y que por esa época ni siquiera era un compositor totalmente profesional, ya que cuando le ficharon aún trabajaba como dependiente en una tienda de discos.

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