A la hora de escribir algo sobre esta película seguramente me bastaría con hacer referencia a esta otra, pues su origen está cortado por el mismo patrón y es ya un tópico no sólo del cine, sino de la vida misma. La diferencia estriba en que mientras la aludida alcanzó las metas que se había propuesto, Superdetective en Hollywood III fracasó con estrépito en su intento por revitalizar la alicaída carrera de Eddie Murphy, que para 1994 no era ni la sombra de lo que había sido.
Tras el estreno de su antecesora resultó evidente que la fórmula estaba agotada, de modo que cabía esperar el resultado si se volvía a utilizar. De nuevo un asesinato (en este caso del inspector Todd, el inefable jefe de Axel Foley) es el detonante para otro viaje del protagonista a Beverly Hills, buscando al culpable entre las atracciones de un parque temático. Repite Judge Reinhold y Hector Elizondo toma el relevo de John Ashton (que no quiso tocar esto ni con un palo) como su compañero mientras el cotarro lo dirige John Landis, otra gloria en horas bajas que trató de recuperarla volviendo la vista hacia los años ochenta cuando ya estaban más que pasados de moda.
El propio Eddie Murphy calificó la película como «horrible» y con eso ya está dicho todo. El guión es una mierda: siendo tan absurdo como los anteriores de la saga, no hay gracia ni emoción por ningún lado. Ni siquiera cuando más se pretende buscarlos, como en la secuencia que transcurre en una noria en movimiento. La realización, plana y sin alma, junto con una banda sonora realmente floja en la que destaca una espantosa (y encima omnipresente) versión orquestal de Axel F, pretendiendo actualizar el clásico de Harold Faltermeyer para lograr exactamente lo contrario, ponen la guinda a un verdadero esperpento.
Lo más gracioso de la película, y con diferencia.