Más violencia y menos humor. Así podría resumirse la secuela de Superdetective en Hollywood, obligada tras el enorme éxito de aquella y que no obstante tardó tres años en llegar, parcialmente a causa del tira y afloja mantenido entre Eddie Murphy y la Paramount, que en lugar de una secuela prefería producir una serie de TV contra los deseos de Murphy, quien consideraba la serie como un paso atrás en su carrera ahora que se había convertido en megaestrella del cine. Partiendo de un argumento básicamente idéntico, Eddie Murphy construye un Axel Foley más superpoli que nunca, resolviendo en tres días una compleja serie de crímenes que ningún detective de Los Ángeles, sin duda una cuadrilla de zotes inútiles, ha logrado aclarar en meses.
La peli está bien siendo lo que es (una parida aún más gorda que su antecesora) pero a estas alturas las costuras se le notan mucho a una fórmula que ya no admite más estiramientos sin romperse del todo. A la mediocridad destilada por el conjunto contribuye sin lugar a dudas el director Tony Scott, siempre influenciado por el estilo videoclipero más casposo que podamos imaginar. Sin embargo nada le impediría apuntarse un fenomenal éxito de público (la tercera película más taquillera del año en todo el mundo), y de paso llevarse un jugoso extra al enrollarse con Brigitte Nielsen durante el rodaje.