Si algo queda claro viéndola de nuevo, es que cuando los mediocres hermanos Wachowsky (hoy hermanas) concibieron The Matrix, ese día les vino Dios a ver. A tenor de lo que hasta entonces habían perpetrado, nadie esperaba que de semejante revuelto inconexo de influencias (que incluían el plagio más o menos descarado y filosofía de baratillo con referencias a Jesucristo nada veladas) saldría uno de los hitos cinematográficos de la transición hacia el siglo XXI. Que los Wachowsky hicieron sonar la flauta de un modo tan casual que ni ellos lo imaginaban dan fe las apresuradas secuelas de la película, que figuran entre lo más ridículo y pretencioso que he visto jamás en un cine (y mira que podría citar ejemplos). Y que la pareja sea hoy más conocida por su cambio de sexo que por sus películas, lo aclara todo sobre su talento y la calidad de su trabajo posterior, dentro de un panorama en el que The Matrix, con casi dos décadas a sus espaldas, hace tiempo que se muestra cada vez más viejuna y acartonada; razón por la que, paulatinamente, va cayendo en el olvido. A peor que irá (y de forma cada vez más acelerada) conforme vayan pasando los años.

Y eso que el tinglado tiene cosas positivas. La película está muy bien filmada, y obviando que su base argumental es del todo gilipollas (si Matrix es una creación de los robots que dominan el mundo ¿acaso no pueden, yo que sé, desconectarlo o remodelarlo sin perder el control sobre la Humanidad? ¿Tan cutres son que no pueden localizar a nadie ipso facto en su propio sistema? ¿Y qué me dicen de la parida esa de que si te matan en Matrix mueres en el mundo real, aun siendo consciente de estar viviendo una simulación?), la primera mitad resulta francamente entretenida. Digamos que todo medio-funciona hasta que llega el momento en que Neo suelta eso de «necesitamos armas, muchas armas» y The Matrix se convierte en una suerte de Rambo moenno (para su época, claro) de lo más cansino, solo apto para poligoneros y otros flipaos. Uno casi puede pasar lo que queda de la cinta en fast foward y quedarse tal cual: no se perderá nada que valga la pena salvo escenas de acción alargadas de manera muy artificial, a la par que artificiosa. Un pajote innecesario y encima con ínfulas. En resumen, una película con la que sus creadores vieron la ocasión de forjar un Star Wars para el siglo XXI pero que ha terminado en el lugar que le corresponde junto con sus abominables secuelas, ni más ni menos.

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