Cuando se estrenó en 1995, y pese a su enorme éxito, pocos podían imaginar que Toy Story sería el origen de una franquicia con cuatro entregas. Más todavía cuando de la segunda a la tercera mediaron diez años y ésta antecedió a la cuarta en otros tantos. La última recicla personajes y elementos de la saga para ofrecer un producto que desde luego no tiene nada de nuevo, pero que al menos resulta digno y puede disfrutarse aunque sepa a «ya conocido» y por ello resulte un poco cansino a estas alturas. Lo peor, dejando aparte la habitual moralina reaccionaria típica de un producto Disney, es que deja abierta la puerta a nuevas entregas, con todo lo que eso implica. Viendo la película, merece la pena fijarse en cómo ha evolucionado la tecnología comparando el impresionante aspecto visual de esta tercera secuela con el origen de todo, esa Toy Story que hoy parece hecha por alumnos de primero de diseño por ordenador o empleados de Video Brinquedo.

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