Antes de imitar a Bollywood de la forma más ridícula o dirigir una de las ceremonias inaugurales más horteras y bochornosas nunca vistas en la historia de los JJ.OO, Danny Boyle firmó alguna película de verdad. Concretamente una que sigue siendo, a día de hoy, la más potable de cuantas ha hecho. Porque lo que vendría después sería una continua inmersión en la mediocridad, bien junto a tipos tan mediocres como él (caso de Leonardo Di Caprio) o apuntándose a la ya quemadísima moda zombi con 28 días después.
Obra del novelista Irvine Welsh, Trainspotting se localizaba en la época inmediatamente posterior a Margaret Thatcher, un personaje realmente siniestro que con sus políticas neoliberales dejó al Reino Unido y a su sociedad fracturados moral y económicamente, cebándose sobre todo con las clases populares y con sus hijos. La película resultante está en la onda de lo que solía ofrecer el cine independiente mediada la década de los noventa; un momento en el que, siguiendo la corriente impulsada desde Estados Unidos por películas como Mi Idaho privado o Diario de un rebelde, al público le atraían las historias protagonizadas por adolescentes al borde de la exclusión social sumergidos en ambientes cuanto más sórdidos mejor. En este sentido Trainspotting no decepciona y ofrece todos los clichés que cabe esperar dentro del subgénero que podríamos llamar “grupúsculo de jóvenes marginales”, incluyendo por supuesto el menudeo y consumo de drogas, el sexo chungo y unas pizcas de humor bizarro para aliviar tensiones y que la historia no resulte tan dura, aunque lo sea. Y mucho.
Una pelicula buenisima, sobre todo con la frase que empieza y que termina!! 😀
No está mal, no. Sobre todo teniendo en cuenta lo que vendría después. El monólogo de Renton sobre el orgullo de ser escocés es APOTEÓSICO.
Estudiante de Primer año de la Tecnicatura de Guión y Dirección en el Instituto de Comunicación y Arte de la Universidad de La Punta.