El subtítulo Un hombre y su sueño se justifica por el hecho de que Preston Tucker es un personaje muy poco conocido incluso en su Estados Unidos natal. Vinculado al mundo de la automoción desde muy joven, Tucker creyó que podría hacer fortuna fabricando un coche revolucionario en la América inmediatamente posterior al fin de la II Guerra Mundial, pero las zancadillas de la todopoderosa industria del sector acabaron con él, convirtiendo el sueño en pesadilla.

Poco cabe comentar de un personaje cuya biografía recogida en la Wikikepia inglesa es lo bastante extensa y detallada como para que no haga falta hacer mayor reseña aquí. Sobre la película, fue una especie de regalo que George Lucas le hizo a su amigo Francis Coppola. El director de El Padrino, uno de los hombres más poderosos de Hollywood en los años setenta del siglo pasado, había sido el protector de Lucas en los inicios de su carrera, cuando nadie creía en él. Una década más tarde las tornas habían cambiado: Francis se encontraba en la ruina y Lucas, ahora podrido de pasta, vio en la producción de esta película, que Coppola llevaba tiempo intentando levantar, una forma de devolverle a su amigo los favores del pasado. Tal es así que Lucas pagó de su bolsillo todas las facturas y convenció a Paramount para que distribuyese el producto final.

Producto final que, contando con el beneplácito de la familia Tucker, fue muy bien recibido por la crítica aunque no tanto por el público, que le dispensó una acogida más bien tibia. Tampoco es que sus creadores buscasen con ella un taquillazo, ya que el objetivo era más bien que dos colegas (propietarios ambos de alguno de los escasos 50 coches que se fabricaron) pudiesen darse un capricho realizando un largometraje poco menos que por simple placer, alejándose por una vez de las obligaciones inherentes al implacable mercado cinematográfico para volver a las raíces del Nuevo Hollywood en el que se habían iniciado. Tal como el mismo Preston Tucker insinúa en la película, lo realmente importante de una idea no es si tiene éxito o fracasa, sino la idea misma.

En este caso el resultado fue excelente. La película, rodada con un estilo muy elegante que en cierta manera recuerda a Frank Capra por el retrato almibarado de su protagonista, está muy bien en términos generales, y aunque se toma no pocas licencias (por ejemplo el emocionante discurso de Tucker al final del juicio al que fue sometido, que no existió), logra que nos interesemos por el hombre y su sueño aunque no nos gusten los coches. Todo el reparto hace un trabajo formidable, destacando un gran Jeff Bridges (al que acompaña su padre Loyd interpretando a su archienemigo, el mezquino senador Ferguson), perfectamente secundado por Martin Landau como su espabilado socio.

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