Película sobre la que ya hice una referencia soslayada comentando este documental de TCM y que no fue sino producto de una situación de crisis. Porque el ejercicio de la censura más brutal y la restricción coercitiva de las libertades civiles no generan otra cosa, y en situaciones de crisis siempre habrá gente con suficiente habilidad y falta de escrúpulos como para hacer negocio aprovechándose de ellas.
Fue el caso del avispado y caradura José Frade, quien puso en marcha la producción de esta copia chunga de La naranja mecánica buscando pescar en río revuelto (y muy revuelto) ante la prohibición de exhibir el filme no sólo en España sino también en otros países como Inglaterra, motivo por el cual Una gota de sangre para morir amando se rodó en inglés y llegaría a ser exhibida internacionalmente con títulos tan elocuentes como Clockwork Terror.
Filmada en régimen de coproducción con Francia, la película no destaca en nada excepto por el protagonismo de Sue Lyon, actriz (al contrario de lo que muchos creen no era británica sino americana de Iowa) marcada por una vida entre rocambolesca y desventurada, que aquí aparece con aspecto algo extraño, como avejentado, pese a que sólo tenía 26 años. Uno de sus últimos trabajos en el cine antes de retirarse, interpretando a una enfermera cuya pasión por los actos violentos le lleva a seducir hombres a los que mata tras pasárseos por la piedra (clavándoles un punzón. ¡Un saludo a Joe Eszterhas!) No se ilusionen, porque aparte de estar prácticamente desprovista de mensaje político, tampoco hay escenas de sexo o violencia ni desnudos como los de la cinta que copia, aunque eso no evitó cierta controversia en la pacata y sojuzgada España franquista pese a limitarse a insinuar antes que mostrar.
Alejandro Largo y sus troncos.
Con guión incoherente y una trama mal desarrollada, escrito a varias manos entre las que figuran las de un José Luis Garci en fase de aprendizaje, y dirección del futuro «rey del cine quinqui» Eloy de la Iglesia, Una gota de sangre para morir amando ha quedado como una curiosidad bizarra, amén de como uno de los últimos ejemplos de cine de género hechos en España antes de convertirse definitivamente en cine de destape. Y como tal debe ser vista, pues no oculta para nada sus intenciones ni sus carencias. Las propias de un filme hecho apresuradamente con el único objetivo de obtener beneficios con rapidez, facturado además por un director cuya carrera discurrió entre la mediocridad propia del habitual tono sensacionalista de su cine y la simple y pura inoperancia derivada de su escaso talento.