Es volver a ver esta pequeña joya y sentir tu alma caerse a los pies recordando el sumidero artístico en el que Robert De Niro anda metido desde hace años. En 1993 nadie en su sano juicio habría imaginado semejante decadencia, aparejada a la del cine mismo. Menos aún tras contemplar su debut como director, en el que también se reservaba uno de los papeles principales dando la talla como casi siempre hasta entonces.

El también actor Chazz Palminteri había escrito A Bronx Tale como obra teatral inspirándose en su propia vida (de hecho el protagonista se llama Calogero, que es su verdadero nombre) y tuvo tanto éxito que enseguida le llegaron ofertas muy jugosas por los derechos para adaptarla al cine, rechazadas porque nadie quería darle lo que pedía: escribir el guión e interpretar el papel de Sonny, el siempre rudo pero a veces hasta entrañable amigo mafioso del prota. De Niro no solo aceptó sus condiciones gustosamente sino que le permitió revisar de cerca todos los aspectos de la producción, desde el casting a la edición de sonido. La compenetración entre ambos fue total, y el resultado salta a la vista como una de las mejores películas de los noventa.

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