Para muchos, la obra cumbre de Martin Scorsese junto a Taxi Driver. El realizador, que había pasado un calvario durante toda la década de los ochenta por su adicción a las drogas y fracasos como el de Toro salvaje o El rey de la comedia, se desquitó a lo grande con este peliculón basado en la rocambolesca vida del mafioso Henry Hill, fallecido en 2012. Dos horas y media magistrales en las que hasta Ray Liotta, actor por lo general mediocre y relegado desde hace tiempo a producciones de escaso nivel, logra sacar partido del estupendo guión y de un director en estado de gracia para ofrecer la mejor interpretación de su carrera. Imprescindible.